Papá es cazador de leones. Le encanta su trabajo, aunque todavía no ha coincidido con ninguno. Nadie se lo echamos en cara porque sabemos que no hay leones por donde vivimos. ¿Qué le vas a pedir al pobre? Nos vale con ver lo bien que otea el horizonte en los días claros, con la mirada perdida allá lejos. O como anda con la cabeza gacha, siguiendo el rastro de vete a saber qué pisadas.
Por las tardes se queda muy quietecito en el sofá y cierra los ojos para concentrarse al máximo. Se pasa horas haciendo esos rugidos suyos de reclamo, pero ellos nunca vienen. «¡Papá, un león!», le gritamos a veces para a ver si reacciona. O le mordemos un poco las piernas. Él nunca hace nada. Nos mira triste, como si añorara alguna selva, y continúa inmóvil.

¡Qué triste! Que poco te prodigas jodio.
Ainssssss… Estoy muy vago, sí. Y cada vez más.